jueves, agosto 24, 2006

Impresionismo.


Cada vez me gusta menos el modo "impresionista" de crear obras de arte.

Donde más me molesta es en la novela. Muchos novelistas actuales que intentan escribir "literariamente", acuden a una serie de recursos consistentes básicamente en alterar el discurso narrativo "normal" en el que los acontecimientos siguen un orden, o en el que los pensamientos de un personaje van todos juntos en un párrafo y en otro distinto la descripción de un dormitorio, etc. y sustituirlo por una especie de puzzle que se supone más sugerente y que exige la colaboración reconstructiva del inteligente lector. Intentaré parodiar ese estilo:

No recuerdo su nombre. Pero él vivía allí. Aun resuenan por aquellos páramos manchegos los cascos de su rocín. "Estás flaco" solía decirle, con la adarga antigua y aquella lanza. El galgo recorría el infinito llano. "La hacienda se me va en nimiedades... Esta noche, como siempre, salpicón... Pero hoy es viernes. Habrá lentejas. Y mañana, duelos y quebrantos... Para el domingo quizá un palomino, pero..." Sí, la hacienda, la hacienda... La tercera parte ya estaba gastada solo para alimentarse.

Esta manera de escribir, además de afectada, me parece aburrida, machacona... Es como un plato de garbanzos con chorizo que solo tuviese chorizo. Pero es que encima, con lo mal que se escribe en nuestros tiempos, la ingente cantidad de recursos formales necesarios para llenar 300 páginas con una afectación tal no está al alcance de nadie. Joyce pudo escribir así Ulises, pero él era Joyce y, además, por entonces aquello era una novedad. Pero nu escritor mediocre no tendrá otro remedio que repetir clichés afectados, insipidos y horriblemente cargantes.

En pintura, el impresionismo estuvo bien en su tiempo, supongo. Pero que todos los hoteles de tercera prefieran hoy mostrar láminas de Van Gogh y Monet a láminas de Vermeer o Tiziano -en teoría mucho más "fáciles"- es sospechoso. Qué empalagoso pero insustancial parece ese montón de manchas desvaídas que, tras entornar los ojos y mirarlas de lejos, muestran ser un paisaje normalito.


Algo menos me molesta el impresionismo en música. Quizá la naturaleza no discursiva de la musica, el hecho de su alejamiento de toda realidad, no permite diferenciar tanto lo impresionista de lo que no lo es. O bien el término "impresionismo" en música se ha venido refiriendo a cosas muy distintas a aquellas de las que he hablado aquí.



sábado, agosto 12, 2006

Niños de papá.


Considerada como conflicto de intereses, la situación política en Venezuela se podría resumir en que hay algunos venezolanos que salen perdiendo con el nuevo régimen, mientras que otros salen ganando. El hecho de que éstos sean más que aquéllos puede ser un argumento a favor de Chávez, pero ese argumento de hecho no suele funcionar casi en ningún lugar del mundo salvo precisamente en excepciones como Venezuela, pues podría preguntarse ladinamente cómo es que en otros países propuestas como la suya apenas obtienen apoyo electoral. Habría que discutir entonces acerca de los medios de comunicación y otros asuntos poco contundentes tras los cuales se escudarían los detractores de los sistemas económicos igualitaristas.
Sin embargo hay un hecho que dota a esa división de los dos grupos de carácter ético. Se trata de los quintacolumnistas, de aquellos que, perteneciendo al sector social al que le perjudica Chávez apoyan a Chávez y, por el otro lado, de aquellos que perteneciendo al sector de los que se verían beneficiados por Chávez, están en su contra.
Esas dos excepciones al comportamiento éticamente racional tienen dos significados éticos bien distinto: el primer es un acto desprendido, no interesado: el rico estaría dispuesto a dejar de serlo si los pobres también dejan de ser pobres. El otro es el del interés propio, el pobre que es antichavista cree que así logrará por fin ascender en la escala social.
Tenemos por tanto que los tan a menudo criticados "burgueses" revolucionarios, los "niños de papá" antisistema, lejos de paralizar y descafeinar la revolución y aparte de un objeto de burla por parte de los fascistas, constituyen la demostración fehaciente de la superioridad ética de la izquierda sobre la derecha.

viernes, agosto 11, 2006


Corderos de Dios.

Lo que más inquieta de Ricardo III no es la maldad de Gloucester, sino la incrédula indignación que provoca ver cómo unas artimañas tan simplonas, unas mentiras tan descaradas, unas intenciones tan evidentes no son descubiertas antes y, lo que es aun más desazonador, cómo es posible que, siendo descubiertas, le sigan siendo toleradas. El que observa los hechos desde fuera considera que él no actuaría tan estúpida y borreguilmente.
Pero luego salimos en coche, lo que nos permite observar otras nuevas hectáreas de bosques paradisíacos, de hayedales, de robledales, de prados deliciosos que son arrasadas en un día por unas excavadoras para construir todavía más horribles bloques de viviendas. Tenemos aun más indicios, más rastros delatores, más evidencias que las de la corte de Inglaterra con respecto a Gloucester. Tenemos que esas viviendas no son necesarias, pues la población no ha aumentado. Tenemos que hay millares de viviendas vacías. Tenemos que con el sueldo de toda una vida un trabajador de clase media no puede pagar uno de esos habitáculos de ladrillo y cristal construídos en menos de tres meses por una pequeña cuadrilla de obreros. Tenemos la naturaleza arrasada, las calles con encanto destrozadas, los parques convertidos en explanadas de cemento, las aceras eternamente en obras, pues la misma acera y la misma fachada que durante 50 años no precisaron arreglo y sobrevivieron en perfecto estado hasta a una Guerra Civil ahora precisan ser remozadas cada seis meses. Tenemos que los concejales de urbanismo suelen ser constructores, lo cual no parece suscitar ningún problema de incompatibilidad de cargos. Tenemos que la Adminiostración destina el dinero público a pagar a empresas elegidas por sus "técnicos" obras innecesarias sobre cuya idoneidad no se consulta a nadie. Tenemos los nombres de los constructores expuestos orgullosamente y sin ningún miedo en la alambrada mugrienta en cuyo interior se arrasa un bosque, se construyen habitáculos defectuosos y hacinados y mueren diariamente obreros. Tenemos también la tele, que nos ofrece machaconamente noticias sobre un palurdo al que se le detiene justamente por lo que el resto de palurdos de los ayuntamientos y diputaciones de este país perpretan a diario, con una obscena y burda jugarreta que ni el propio Gloucester se hubiese atrevido a ejecutar: elegir a un idiota para acusarle de lo que los demás hacen, pareciendo así libres precisamente de esa culpa

Ante todo esto el problema no es exactamente que los ciudadanos no sepan que tales cosas están pasando. A cualquiera que se le hace ver, contestará con tranquilidad que ya sabe de sobras en qué consisten esos negocios sucios. Pero no por ello hay una reacción masiva consistente en destruir cada andamio, cada excavadora, cada monstruoso martillo hidráulico, en buscar a esos concejales y a esos constructores y colgarlos de sus asquerosas grúas.
Este mecanismo humano, la estólida contemplación borreguil ante el lobo que nos va devorando es, en realidad, el misterio más doloroso, el núcleo de casi todas las tragedias.
Cuando veo un vergel sucumbir bajo una máquina amarilla que lo va convirtiendo todo en una llanura polvorienta me pregunto lleno de una ira que me abrasa el estómago. Pero ¿es que nadie va a detener eso? Y me imagino matando al constructor de una manera salvaje, descargando en su maldita persona fatua y estólida toda la ira de diez mil millones de seres vivos que claman venganza. Y después sigo soñando la pesadilla y veo un telediario en el que aparece su foto y cómo el pueblo lamenta su terrible muerte, le rinde honores, lo beatifica y a mí me increpan al salir del furgón policial y me conducen ante un juez que, lógicamente, será muy justo conmigo -para eso es para lo que le pagan tan bien. Y la chusma a la que esta buena sociedad ha condenado me recibirá amorosamente, deseosa de darme por culo hasta reventar.
¡Oh, humanidad, cómo te haces querer!

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Por cierto, obsérvese el parecido entre estos versos que Shakespeare pone en boca de Ricardo III y la "ética" de Nietzsche:

Conscience is but a word that cowards use,
Devised at first to keep the strong in awe:
Our strong arms be our conscience, swords our law.

Richard III, V, 3.

domingo, agosto 06, 2006




Una alegoría.

Es bastante habitual que cada uno tenga su cuadro. Un cuadro que le fascina al principio sin saber por qué pero que luego es posible atribuir a alguna verdad esencial sobre nosotros mismos que tal vez ese cuadro sabe reflejar. Claro que todo esto es una construcción mental artificiosa y podría muy bien no ajustarse en nada a la profunda razón que magnetiza nuestra atención hacia esa imagen.
Hace un par de meses descubrí esta bonita obra mitológica de Simon Vouet, titulada "Venus durmiendo entre nubes". Me encantó desde el principio, y no creo que solo fuera por la preciosa carita de la Venus, aunque... sí, en esa cara había algo muy especial: estar dormida. Luego he pensado en ello y he comprendido que ese cuadro representa la unión de casi todas esas cosas que me agradan de la vida. Una delicada sensualidad, sí, pero colocada en un mundo fuera de éste, en ese al que se refieren cuando nos dicen que estamos en las nubes, en el que la vagancia y el plácido sueño es la ocupación más respetable.
Al contrario que muchas otras Venus, la de esta obra no está ocupada con los trajines típicos de la seducción o haciendo aspavientos con los brazos, como tan a menudo ocurre en las pinturas mitológicas. Está dormida y es feliz.
Como se trata de una diosa es perfectamente posible que ese sueño se prolongue durante eones, que no se levante por la mañana, bostece, se limpie las legañas y se ponga a hacerse el desayuno: esa cotidiana decepción a la que los mortales nos vemos atados.
El escorzo de ese rostro felizmente dormido es mi horizonte de felicidad.

jueves, agosto 03, 2006

Fidel

Ahora que parece que Castro podría morir, me imagino que toda esa gente que lee varios periódicos para tener distintos puntos de vista y escucha el telediario con un dedo de atención en la mejilla podrá estar contenta. Con la muerte del sanguinario dictador que, además, está pasado de moda, un nuevo territorio más del mundo formará parte de la aldea global de la libertad y la democracia.
Nos acercamos al mundo perfectamente justo. Ayer escuché en la tele que un señor decía, ante la aprobación de los tertulianos, que los piquetes informativos de los huelguistas constituían un anacronismo en la "sociedad de la información". Y que había que erradicarlos. Poco después, un conocido mío defendía en nombre de la libertad el derecho de los trabajadores a no hacer el descanso reglamentario.
En un mundo tan justo, tan libre y tan demócrata se va apagando la última luz de la disidencia, el último rescoldo de la hoguera de otros tiempos.
Supongo que algún día los arqueólogos estudiarán con romántica curiosidad los restos de esa Numancia insular en la que durante casi un siglo sufrieron la terrible desgracia de apenas tener automóviles.

martes, agosto 01, 2006

La Montaña Mágica.

El nombre de este Blog ha sido elegido en función del primer tema que he decidido tratar. Que además pueda indicar algo acerca de su contenido y significado último es algo en lo que acabo de caer ahora mismo.

Ayer terminé de leer por segunda vez -la primera fue hace ocho años- la novela de Thomas Mann, esta vez en la supuestamente mejor traducción que conmemora el 50 aniversario de la muerte de su autor. Digo "supuestamente" porque aparte de incluir algunos fragmentos que, sin saber muy bien por qué, se hallaban ausentes de la traducción de los años treinta, el texto sigue lleno de erratas, errores gramaticales y, además, ahora con un montón de giros contemporáneos de lo más tonto y de lo más inapropiado para este libro, que es algo así como el último libro de la Edad Moderna.
Lei este libro por primera vez en las largas noches de una infecta hhabitación de dos camas mientras hacía guardia durante el largo postoperatorio de mi suegro. Él sobrevivió milagrosamente a aquel hospital tercermundista lleno de bacterias y tan sucio como cualquier bar jamonero, pero murio algunos años más tarde. Elegir precisamente aquel título fue cosa del azar. Su conveniencia para aquellas circunstancias fue obra del destino. Viene bien para soportar las cosas malas de la vida leer esas mismas cosas malas en una novela. La distancia emocional de la novela nos permite vernos "desde fuera" y mediante ese truco se soportan mejor las penalidades. También es cierto que siempre la realidad es infinitamente más zafia, cutre y humillante que la ficción, por mucho que ésta pretenda llegar a lo más bajo -como ocurre con Céline. Sirvan como ejemplo estas imágenes. Una es el matadero indigno en el que lei la novela y otra un posible modelo del hermoso sanatorio Berghof:












Esta segunda lectura ha resultado bastante más agradable, aunque también se ha producido en circuntancias externa pero también íntimamenteaun más relacionadas con el ambiente de la historia de Hans Castorp. Durante el mes de Julio he estado de baja por un empeortamiento pasajero -y, por lo visto, cíclico- de una enfermedad crónica que, en la época de mi primera lectura aun no sufría. El tiempo libre de que he dispuesto nos decidió a mi mujer y a mí a leer y a comentar juntos esas 1.000 páginas que tan bien representan el concepto de tiempo que pretendfe exponer Mann, pues son ciertamente muchas páginas pero también se hacen milagrosamente cortas.
Tan cortas que uno necesita más y desearía que hubiese habido una segunda parte o algo por el estilo, una Montaña Mágica de entreguerras. Pero, claro, una montaña posterior a la era espantosa que se abría en 1914 ya no sería mágica en absoluto. Sería una prosaica llanura, como el fétido hospital y su absurda y desolada palmera. Vaya... ahora que lo pienso, sería una "Tierra Baldía".
Así que busqué en eMule y encontré una película del 82 titulada Der Zauberberg. La bajé y, en efecto, pretendía contar con imágenes la misma historia que la novela. Como siempre ocurre, el director se cree superior al escritor y "adapta" a su antojo lo que éste ha dejado escrito. Que la película esté en alemán y que yo apenas entienda nada de ese idioma creo que la ha salvado de mayores críticas por mi parte.
Como todo tiene sus cosas buenas, diré que me pareció bien la caracterización física de Castorp -que tiene exactamente la cara de burguesito pacífico, relamido e insignificante que uno se imaginaría, aunque el director le obliga a actuar de una manera exaltada, histriónica e irascible nada acorde con el personaje real. También es apropiada la de Settembrini. Y aunque no se parece en nada, la verdad es que resulta gracioso ver a Charles Aznavour interpretando unos segundos al siniestro y sugestivo jesuíta Naphta. Los vestuarios y la recosntrucción del Berghof también son excelentes. Pero ya en este cartel de la película que tenemos a la izquierda podemos comprobar cómo Mynheer Peeperkorn no se parece gran cosa al "gigante holandés" del libro. En primer lugar, el actor no es en absoluto gigante -le llega a Castorp por el hombro-, en segundo lugar no llevaba esa estúpida gorra de viejo lobo de mar, y en tercer lugar, en la película, Peeperkorn se comporta como un viejo chabacano y digno de ascopena -y el tipo de ridiculez del Peeperkorn de Thomas Mann era ininitamente más graciosa y menos repulsiva.
Hay una escena de la película en la que Settembrini discute apasionadamente con Castorp en el salón del Berghof -menos mal que no entiendo el alemán, porque no quiero ni imaginar qué clase de "adaptación" habrá sufrido el contenido filosófico de estas disputas para adaptarla al lenguaje cinematográfico que, visto lo visto, es algo así como el lenguaje de los niños preescolares. Al guionista se le debió ocurrir que una Clavdia Chauchat transformada en señora Stöhr invitase con una "fina ironía" -adviértase la fina ironía de mis comillas- a las damas y caballeros del salón a presenciar el debate, sentándolos en sillas ordenadas en filas, para luego, como una maestrilla de pueblo, incitar a aplaudirles. ¡Qué estupidez de escena! ¡Qué bobada!¡Qué falta de gusto! ¿Qué comen los directores de cine para tener ese cerebro tan corrompido?
Como último ejemplo de falta de respeto a la obra, me referiré a esta actriz elegida para representar a la Chauchat. Vamos a ver ¿en qué se parece esta señora de aspecto cuasilatino -la que aparece en la carátula al lado de Chanquete- a la joven loba esteparia kirguisa con epicanto que tan nítida y repetidamente describe Mann? He sacado de una página de esas para adultos la imagen de una ignota chica rusa que, por muy mala actriz que resultase ser, sin duda representaría mucho mejor este personaje. Así me imagino yo a Clavdia Chauchat. -nótese que he elegido la única foto "decente" que he encontrado de esta chica.

Si yo fuera director de cine, intentaría respetar fielmente una obra que se merece respeto como Zauberberg. Ello implicaría que no sería comercial -oh, Dios mío-, que duraría una infinidad de tiempo y que los actores no serían de esos manidos famosos sino, quizá, alguna simpática chica rusa.

Aquí concluyo este primer apunte en mi blog. Como es perfectamente prescindible, enfermizo y fuera del mundo, como flota en ese espacio de casi anonimato en el que muchas cosas son permisibles, como me hace perder tiempo para las necesarias y prácticas cosas de "allá abajo" tal vez al final esté bien elegido su nombre.