domingo, agosto 06, 2006




Una alegoría.

Es bastante habitual que cada uno tenga su cuadro. Un cuadro que le fascina al principio sin saber por qué pero que luego es posible atribuir a alguna verdad esencial sobre nosotros mismos que tal vez ese cuadro sabe reflejar. Claro que todo esto es una construcción mental artificiosa y podría muy bien no ajustarse en nada a la profunda razón que magnetiza nuestra atención hacia esa imagen.
Hace un par de meses descubrí esta bonita obra mitológica de Simon Vouet, titulada "Venus durmiendo entre nubes". Me encantó desde el principio, y no creo que solo fuera por la preciosa carita de la Venus, aunque... sí, en esa cara había algo muy especial: estar dormida. Luego he pensado en ello y he comprendido que ese cuadro representa la unión de casi todas esas cosas que me agradan de la vida. Una delicada sensualidad, sí, pero colocada en un mundo fuera de éste, en ese al que se refieren cuando nos dicen que estamos en las nubes, en el que la vagancia y el plácido sueño es la ocupación más respetable.
Al contrario que muchas otras Venus, la de esta obra no está ocupada con los trajines típicos de la seducción o haciendo aspavientos con los brazos, como tan a menudo ocurre en las pinturas mitológicas. Está dormida y es feliz.
Como se trata de una diosa es perfectamente posible que ese sueño se prolongue durante eones, que no se levante por la mañana, bostece, se limpie las legañas y se ponga a hacerse el desayuno: esa cotidiana decepción a la que los mortales nos vemos atados.
El escorzo de ese rostro felizmente dormido es mi horizonte de felicidad.